Ayer antes de entrar a la cuna de la enseñanza, me encontré con una compañera, una estimada persona la cuál considero que tiene un talento excelso, es sobretodo agradable platicar con alguien así, que a simple vista tiene una paz espiritual que te transporta y de alguna manera te inyecta dosis de sapiencia. Entre todas las trivialidades y temas profundos, me llamó la atención por sobre todas las cosas un tema de un fotógrafo que en resumidas cuentas ganó el premio «Pulitzer» pero su obra era tan grande que terminó cobrándole la vida.
Hoy por la mañana lo primero que he hecho es darle un vistazo a los buscadores para conocer un poco más a fondo sobre la impactante historia.
La fotografía es la siguiente:
Imagen que ganó el premio Pulitzer
Esta fotografía fue la ganadora del premio «Pulitzer» en 1994 durante la hambruna en Sudán. La fotografía muestra a una niña herida y muriendo de hambre. El buitre espera que el niño muera para poder comérselo!!! Esta fotografía asombró al mundo entero. Nadie sabe qué ocurrió con el niño, incluyendo al fotógrafo Kevin Carter quien dejó el lugar tan pronto como se tomó la fotografía.
Lo irónico es que a un kilómetro de este lugar existía un puesto de reparto de comida de la ONU. El fotógrafo Kevin Carter, tomó la foto y se fue. Ganó el Pulitzer por esta foto. Se suicidó un mes después de tomarla.
Al recibir el premio, Carter declaró que aborrecía esa fotografía:
“Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla. La odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”.
Cuatro meses después, abrumado por la culpa y conducido por una fuerte dependencia a las drogas, Kevin Carter se quitó la vida.
La historia es sencillamente sorprendente y además invita a la reflexión lo primero que me cuestioné fue la siguiente pregunta: ¿ Puede el arte de un artista ser superior al mismo ? la respuesta para mí es que sí es posible y la prueba es este pedazo de tiempo impregnado en la historia, el arte a veces es injusto, es cruel, y provoca miles de reacciones adversas, el arte es polémica e inspiración, pero a la vez puede ser la cruz de cualquier artista o comunicador, en realidad me toca el corazón porque en cierta forma es romanticismo, ese artista tenía el corazón tan grande que no pudo vivir con la llaga de ver a alguien morir y no poder haber hecho nada, o quizás si pudo, aunque la situación de la niña en la foto es de una persona que agoniza, sin embargo esto caló en lo profundo de Kevin Carter.
A pesar de todos los cuestionables argumentos que se hicieron a lo largo del mundo, por la foto de Kevin Carter, yo lo considero una persona de un gran corazón, porque aún sin poder haber hecho nada, su arte terminó calándole en lo profundo como me pasa a mí al leer toda la historia, también me hace reflexionar sobre el cuidado que debe tener todo artista, porque al final el arte también puede más que el mismo, es una herramienta más potente que cualquier arma. Es un arma cargada de futuro.
Kevin Carter nació en Suráfrica en 1960, dos años antes de que Nelson Mandela empezara su condena de 27 años de cárcel. Al llegar a la adolescencia empezó a entender que ser blanco en Suráfrica significaba ser una de las personas más privilegiadas de la Tierra y, al mismo tiempo, cómplice de una atroz injusticia. Cumplidos los 24 años, Carter descubrió que el periodismo era el terreno donde libraría su guerra particular contra el apartheid.
Comenzó su carrera en 1984, cuando las poblaciones negras en las periferias de las grandes ciudades -como Soweto, que estaba al lado de Johanesburgo- se convirtieron en campos de batalla. Jóvenes militantes negros, cuya única fuerza residía en su ventaja numérica, lanzaban piedras a los policías y a los soldados, que respondían con gases lacrimógenos, balas de goma o balas de verdad. Cientos murieron, miles fueron encarcelados. Soweto ardía, y allá, casi permanentemente instalado, estaba Carter, fotógrafo novato de The Johannesburg Star, expiando su culpa.
La gran ironía de la historia reciente de Suráfrica es que cuando salió Mandela de la cárcel en 1990, cuando empezó el proceso de paz que condujo cuatro años después a la democracia, se desató una violencia mucho mayor. Durante casi la totalidad de aquellos cuatro años, Soweto y otra media docena de poblaciones negras en los alrededores de Johanesburgo vivieron una anarquía asesina demencial, nutrida por opositores al proyecto democrático, en la que murieron unos 12.000. Allí, una vez más, estaba Carter. Todos los días. Se presentaba temprano por la mañana a los campos de la muerte, como se presentan los oficinistas a sus lugares de trabajo.
Yo también me presentaba allí, pero con menos frecuencia y más tarde. Siempre que llegaba a estos lugares, en pleno tiroteo o minutos después de una masacre, ahí veía a Kevin Carter, sudado, polvoriento, bolso sobre el hombro, cámara en mano. A él y a sus tres amigos fotógrafos, Ken Oosterbroek, Greg Marinovich y João Silva. Les llamaban a los cuatro “el Bang Bang Club”. Hacían fotos espeluznantes y se exponían a peligros extraordinarios. Yo había llegado a Suráfrica en 1989 tras seis años cubriendo las guerras de Centroamérica. Vi pronto que daba mucho más miedo estar en 1992 en un lugar como Tokoza o Katlehong, a escasos kilómetros de Johanesburgo, que en 1986 en los frentes del oriente de El Salvador o el norte de Nicaragua. Porque en los lugares donde los negros, animados por los blancos, se masacraban podía pasar cualquier cosa en cualquier momento y en cualquier lugar. Con un Kaláshnikov, una lanza, un machete o una pistola. Ahí trabajaba Carter. Ahí se pasaba desde las cinco de la madrugada hasta el mediodía haciendo fotos de gente matando y de gente muriendo.
Para poder hacer ese trabajo es necesario blindarse, armarse de una coraza emocional. No se puede responder a lo que uno ve como un ser humano normal. La cámara funciona como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, e incluso de la compasión. Carter y sus tres camaradas dormían poco, además, y consumían drogas de todo tipo. Pasaban sus días y sus noches en un acelere mental y en un estado de anestesia emocional casi permanentes. Si se hubiesen detenido un instante a reflexionar sobre lo que hacían, si hubiesen permitido que los sentimientos penetraran la epidermis, habrían sido incapaces de hacer su trabajo. El entorno era alocado, pero el trabajo era importante. Si se hubieran quedado en sus casas o se hubieran expuesto a menos peligro, habría habido más muertos, menos presión política para acabar con la violencia. Ésta era la contribución de Carter a la causa de sus compatriotas negros.
En marzo de 1993 se tomó unas vacaciones de Tokoza y Katlehong y se fue a Sudán. Ahí, apenas aterrizar, es donde vio a la niña y el buitre. Respondió con el frío profesionalismo de siempre. No habría podido elegir otra manera de actuar. Estaba programado, anonadado. El único objetivo era hacer la mejor foto posible, la que tuviera más impacto. Ahí empezaba y terminaba su compromiso. La lógica era muy sencilla: si hacía una foto potente, se beneficiaría a sí mismo, pero también ampliaría la sensibilidad de los seres humanos en lugares lejanos y tranquilos, despertando en ellos aquella compasión -precisamente- que en él estaba necesariamente adormecida.
Por eso no hizo nada para ayudar a la niña. Porque si la hubiera ayudado, no habría podido hacer la foto. Porque había llegado al límite de sus posibilidades.
El problema era que la gente normal, empezando por su propia familia, no lo entendía. Fuera donde fuera, le hacían la misma pregunta. “Y después, ¿ayudaste a la niña?”. Se convirtió en un agobio, una pesadilla. Los únicos que no le hacían la pregunta, porque para ellos no era necesario hacerla, eran los amigos del Bang Bang Club.
En abril de 1994 le llamaron desde Nueva York para decirle que había ganado el Pulitzer. Seis días después, su mejor amigo, Ken Oosterbroek, murió en un tiroteo en Tokoza. Toda la emoción reprimida a lo largo de cuatro años salvajes explotó. Carter se quedó destruido. Lloró como nunca y lamentó amargamente que la bala no hubiera sido para él.
El mes siguiente voló a Nueva York, recibió el premio, se emborrachó, incluso más de lo habitual, y volvió a casa. La guerra se había terminado. Mandela era presidente. Suráfrica tuvo su final feliz, pero la vida de Carter dejó de tener mucho sentido. Quizá en parte porque el peligro de la guerra había sido su droga más potente, la que le había creado mayor adicción. Siguió trabajando, pero, perseguido por la muerte de su amigo y -ahora que se había quitado la coraza- la angustia moral retrospectiva de la escena con la niña sudanesa, se hundió en una profunda depresión. No podía trabajar, o si lo intentaba, caía en errores absurdos. Llegaba tarde a entrevistas, perdía rollos de fotos que ya había hecho. Y tenía problemas en casa: deudas, desamor…
El 27 de julio de 1994, exactamente tres meses después de las primeras elecciones democráticas de la historia de su país, Carter se fue a la orilla de un río donde había jugado cuando era niño, antes de que supiera lo que era el apartheid, el sufrimiento, la injusticia. Y ahí, por fin, dentro de su coche, escuchando música mientras inhalaba monóxido de carbono por un tubo de goma, logró la paz, la anestesia final de la muerte.
Kevin Carter nos brindaste un mensaje de reflexión a todos los que vemos tu obra, pero nunca se te ocurrió que la parte más sensible de tu cuerpo se activaría con la misma dosis de medicina que nos estabas dando, me imagino tus últimos pensamientos, el agobio por pensar en algo que alguna vez creíste.
Saludos Cordiales.
Algo había leído sobre esta historia..
Pero en sí mi comentario se refiere a tí.
Me da mucho gusto ver como vas creciendo
y mas que eso, como vas cumpliendo paso a paso
lo que te propones. Desde que te conocí hace unos
7 años ya mas o menos.. siempre tuve la impresion
de que eres una persona de metas y propósitos y que
lucha por lo que quiere, lo cual te aplaudo pues habla
de alguien que no se conforma y sabe a lo que vino
a este mundo. A ser ALGUIEN =).
Te AMO mucho mucho Gabo, eres una persona muy hermosa
y realmente espero poder conservar esta periódica pero linda
amistad durante muchísimo tiempo xD!!
eres lo MAXIMUS!! Un besito!
Impactante relato, me doy cuenta que siempre hay algo que contar, my cierto..
Conocía un poco la historia, pero no con tanto detalle y profundidad; te deja pasmado la frialdad con la que estas personas (fotógrafos documentalistas como muchos les llaman) realizan su trabajo, se adentran a lugares sumamente peligrosos, ostiles solo para mostrarnos y congelar en el tiempo la crudeza y el dolor humano en medio de la guerra.
Tanto guardó en sí mismo sus sentimientos que llega un punto en el que no puedes más, explotas de tal forma que terminas destruyendote y eso lamentablemente le sucedió a Kevin.
Me quedo pensando en lo que logró como artista, como caló en el corazón de muchos y nos hizo ver la magnitud de destrucción y desolación….
Un gran trabajo, lástima que terminara así.
Cada entrada que ponés me gusta más sigue adelante mi amor!
Besos!! TE AMO!!!
no entiendo, primero dice q 1 mes despues se suicido y el otro parrafo dice q 4 meses despues…entonces a los cuantos meses se suicido????
se suicido un mes despues de tomar la foto o 4 meses?? hay una confusion de escritura
Hola hay una confusión sobre la fecha exacta, en algunos sitios dice que 2, 3 o 4, pero bueno lo importante acá es la historia, por otro lado escuche que la niña si sobrevivió… el morbo de la gente confundió la vida de un artista… una pena pero así somos los artistas vivimos todo muy profundamente.